Capítulo2. El REGALO
Como cada cumpleaños desde hacía
varios años, nos reuníamos en la casa de Yuncos para poder estar todos más
cómodos y con mayor espacio.
La casa había ido sufriendo
diversas reformas para adaptarla a nuestras necesidades. Las tres plantas de
que constaba el chalet se hacían difíciles de utilizar para dos personas de
nuestra edad, por lo que tuvimos que ir introduciendo mejoras que nos
proporcionaran una vida más tranquila y sin riesgos.
La casa originalmente tenía una
planta de unos 80 metros cuadrados. En su cara este añadimos una construcción
de madera que lo ampliaba hasta casi los 120 metros cuadrados. Desde dicha
construcción salía un elevador que nos situaba en la segunda planta y en la
buhardilla. Esta última había sido un capricho de Valeria y Ariadna desde su
juventud. Soñaban que algún día seria el lugar ideal para pasar fines de
semana, primero con las amigas y más tarde con sus novios. Fue lo primero que
hicimos, así como instalar una buena calefacción que calentara dicho espacio.
Con el tiempo comprobamos que el
cuarto de baño se quedaba pequeño, no tenía ducha y teníamos que estar subiendo
y bajando para ducharnos. Por otro lado la cocina era bastante hermosa para dos
personas, muy amplia y con buena luz. La solución era bastante fácil,
intercambiar cocina por la habitación, y nos daba para tener un baño con ducha
en nuestro dormitorio.
Entonces la casa quedó estupenda
para pasar nuestros días de jubilados. La entrada estaba orientada al norte, y
el chalet adosado con otra vivienda por la pared oeste. Un pasillo en la cara
este conectaba los dos patios. El delantero donde aparcábamos el coche y
teníamos al viejo olivo, y el trasero donde el olmo y la higuera acompañaban a
la piscina. Solo entrar a la vivienda teníamos dos estancias, a la derecha la
nueva habitación con un baño incluido y a la izquierda la cocina. Ambas tenían
mucha luz, ya que dos grandes ventanales presidian sus paredes. En el vestíbulo
arrancaba la escalera que conducía a la segunda planta y justo en frente de la
puerta de entrada estaba el amplio salón. Antes de entrar en él, una pequeña
puerta enseñaba la situación del pequeño aseo.
Era ideal para no tener que andar
subiendo y bajando, y de esa manera poder pasar temporadas teniendo todo a
mano. Colocamos una puerta en la escalera para evitar que el calor se perdiera
en las temporadas de frio, arreglamos la calefacción y mejoramos el estado de
la valla circundante con el parque de al lado. La verdad que fueron mejoras que
dieron otra cara a la casa.
Mari estuvo encantada con todo lo
que hicimos, era una manera de pasar más tiempo en ella. En la época de
primavera y otoño la utilizábamos bastante, las chicas crecieron y no
necesitaron de nuestra presencia en su vida, por lo que pudimos disfrutarla
mucho más. Yo por otra parte conseguí lo
que siempre desee, solo entrenaba y los fines de semana los tenía libres. Es
verdad que de vez en cuando los acompañaba, pero eran Valeria y Ariadna las que
los dirigían.
Yo ayudaba, desde mi experiencia,
a que el club siguiera creciendo y las chicas me dejaban que participará en sus
equipos. Mi papel era cada vez más de formación, trabajo técnico, nuevas
jugadoras, jornadas de especialización, algún trabajo especial que ellas me
mandaban, coordinación entre sus equipos y seguimiento de escuelas.
Ellas jugaban en el equipo senior
y aprovechábamos sus viajes para poder disfrutar de más tiempo juntos, intenté
no meterme mucho en su vida pero no sé si lo conseguí. La verdad que siempre me
preguntaban sobre los equipos, la idea que yo tenía, discutíamos sobre las
planificaciones, el trabajo a desarrollar, y un montón de temas que nos
acercaba mucho más.
La siguiente ampliación vino
muchos años más adelante cuando la jubilación era inminente. Las rodillas
seguían dándome un montón de problemas, contaré en otro momento la nueva
operación a la que tuve que someterme, pero subir y bajar escaleras no era mi
deporte favorito. De esta manera nos propusieron poner un elevador en el
pasillo que conectaba ambos patios, a la altura de la escalera que unía ambas
plantas. Tras pensarlo durante varios meses nos decidimos por la siguiente
idea.
Dicho pasillo podía reducirse a
la mitad, y colocar en ese terreno una ampliación de madera. La idea era tirar
el aseo y hacer un pasillo hacia el elevador. Como nos quedábamos sin aseo, en
la pared este del salón pensamos en colocar el aseo. Para no reducir el espacio
podíamos ampliarlo. Necesitábamos crear dos puertas que conectaran ambas estructuras. Una de
ellas en la pared del antiguo aseo, que llevaba al elevador y a un pequeño
vestidor. La otra desde el salón que daba
al nuevo aseo de la casa. La estructura de madera englobo a estas nuevas
estancias.
La obra llevó su tiempo, pero el
resultado fue mejor del que esperábamos. Su finalización llegó con la de los
primeros nietos y con ello la alegría. La funcionalidad de la obra queda
rápidamente demostrada, carritos, bañeras, cunas, y un sinfín de objetos fueron
ocupando la casa, y el elevador y los cuartos de baño fueron todo un acierto.
Cuando entregue el libro a Mari
me encontraba en mi sitio favorito del salón. Había comprado un sofá a mi gusto
y estaba colocado cerca de la ventana. En él observaba los rayos del sol y como
los más mayores disfrutaban de la piscina. Para los pequeños habíamos comprado
una WATERPOOL que nos ahorraba sustos innecesarios. Estábamos solos, quería que
disfrutara de ese momento ella sola, sin que los niños la molestaran. Sin el
agobio de los aplausos o ruidos, algo íntimo.
“Lo acabaste” fueron las palabras
que pronunció y me regalo un gran beso en los labios. Morgana miraba a
escondidas la escena, aunque no conseguía engañarme. La dije que pasara y
disfrutará de dicho momento. La alegría de fuera era igual de grande que la del
salón. Morgana beso a mama en las mejillas y me tomo de la mano. En ese momento
Ariadna entró y nos propuso que nos uniéramos a la fiesta de la piscina.
-
¿qué pasa? , ¿por qué esas lagrimas?
-
Mira lo que me ha regalado tu padre, lo ha
terminado.
- Siempre confié en ti papa, sabía que lo
acabarías. Fueron sus palabras. Pero ahora es el momento de que salgáis un rato
y estemos todos juntos. ¿ quieres bañarte un rato? El agua esta calentita.
-
Hoy creo que es un buen día para tomar un
chapuzón en la piscina, fueron mis palabras.
Mama no puso ningún impedimento a
que me bañara con los chicos, estaba feliz de que hubiera terminada el libro y
que dejara a Morgana en paz. Ella tenía que empezar su vida y ese era el momento.
Solo salir Ariadna gritó a los
cuatro vientos que habíamos acabado el libro sobre “El legado de Los
Almendros”. Todos nos felicitaron, más a Morgana que a mí, pero más vitorearon el
“queremos boda, queremos boda” en referencia a ella. Todos sabían que lo que la
mantenía en casa era ese vínculo afectivo con nosotros, pero su escusa era el
“maldito” libro. Y este se había acabado.
Darío, que así se llamaba su
novio, estaba presente como otros muchos días. Era uno más de la familia y
aunque formalmente no estaban casados vivía en nuestra casa. Compartían vida
juntos, pero todos queríamos boda. Era una forma de incitar a la independencia,
de que vivieran su vida fuera de la nuestra y que no siguiera cuidando de
nosotros. A Morgana le quedó toda la herencia de sus padres, y con esfuerzo, conseguimos
que el piso acabara en sus manos y con ello un lugar para poder vivir con su
nueva pareja. Pero ella quería seguir con nosotros.
De repente un remolino se formó
alrededor de Morgana, los más pequeños no paraban de gritar y saltar, el
estruendo era mayúsculo y nadie ponía un poco de cordura en aquello. Dario se
acercó al corro llevando algo en la mano, se abrió un pequeño hueco y le
dejaron acercarse a ella. Como de un cuento se arrodillo delante de ella y le
tomo la mano. Yo estaba lejos de la escena al lado de Valeria y Ariadna, pero
sabíamos lo que estaba sucediendo. La entregó la caja que llevaba en sus manos
y mientras tanto le decía unas palabras que ahora si escuchamos:
“Morgana te quiero desde hace muchos años,
quieres casarte conmigo”
El silencio se hizo en todo el
patio y las miradas se fijaron en Morgana y la caja. De ella salió un precioso
anillo a juego con un brazalete para la muñeca. Mama tuvo que sentarse, la
emoción la invadía. Se acercó rápidamente Tamara mi nieta mayor, hija de
Valeria, que la agarro de la mano y la acompaño esos instantes. El silencio no
se rompía y las primeras lagrimas aparecían en las mejillas de alguno de los
presentes.
Pensándolo bien la escena era de
risa. Dario se había puesto una camisa blanca encima del bañador para parecer
más elegante, pero Morgana estaba en bikini. Aun así era todo tan romántico que
no importaban. “Claro que sí quiero” fueron sus palabras. Dario se acercó y
colocó ambos regalos en el dedo y muñeca, besándola en los labios. Los más
pequeños los rodearon y empezar a gritar, para inmediatamente tirarse a la
piscina y armar un jaleo impresionante. Vino el momento de los abrazos, besos,
felicitaciones, lágrimas y demás.
Fueron momentos indescriptibles,
que no sabría decir cuánto tiempo duro. Ariadna trajo unas botellas de sidra y
champan para celebrarlo y para los más pequeños champín. Era increíble la
felicidad que se respiraba en todo el patio, y no parecía que fuera a parar.
Pero como todo en la vida la calma volvió y se pudo charlar con más
tranquilidad.
Mama observaba los regalos en la
mano de Morgana y Dario se acercó hasta donde yo estaba. Aproveche para pedir a
Valeria que nos hiciera una foto a los cuatro juntos y luego que Tamara nos la
hiciera con Valeria y Ariadna. Era un día de felicidad y había que tomárselo
de esa forma. Me anime y me bañe con los más pequeños, convirtiéndome en el
objeto de deseo de todos ellos. El abuelo pirata en el agua. Ariadna me
acompaño en todo momento en mi paseo por toda la piscina, regañando a los
pequeñuelos que salpicaban o se tiraban en bomba.
Nunca pensé que aquel día fuera a
ser uno de los mejores de mi vida.
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