Capitulo1. El último de los Almendros.
Cuando los últimos años de mi
vida están pasando, siempre recuerdo el tiempo vivido en mi juventud. Añoro
aquellos instantes donde pasaba el tiempo contando aventuras a mis jóvenes
pupilos del instituto. Como les gustaba perder el tiempo en historias que no
fueran de las matemáticas, mejor dicho de su temario, y les encantaba todo lo
relacionado con mi otra vida “el voleibol”. Siempre quise cambiar, centrarme en
el temario y seguirlo al pie de la letra. Me era imposible. La cara de alegría
que ponían cada vez que comenzaba un nuevo capítulo me hacía pensar que ese era
un buen camino. Pensaba que no todo es matemáticas en esta vida, y las
experiencias que mis antiguos alumnos me transmitían me hacían reforzar dicha
idea.
Nunca pensé llegar a tan viejo,
he pasado la centena y parece que mi cuerpo se empieza a resentir. Los achaques
son cada vez mayores, pero mi cerebro parece que estuviera recién salido de
fábrica. Las neuronas se han tenido que ir gastando, pero parecen como esa
película de LUCY de los años 2000, que han recuperado su vitalidad por arte de
magia. Son muchos los recuerdos que tengo de mi época de profesor, las
vivencias que tuve con los alumnos, las relaciones que surgieron y el tiempo
empleado en un aprendizaje. No fue un tiempo perdido, aunque en muchos momentos
si sufrido.
Ahora son mis nietos y biznietos
los que revolotean alrededor de mí. He sido afortunado y mis hijas, Valeria y
Ariadna, han dado continuidad a la saga. Pensé que sería el último de “Los
Almendros”, pero me confundí. Mis hijas tuvieron varios varones y con la
posibilidad de intercambiar apellidos ellas le dieron continuidad. Una
continuidad que me alegra en lo más profundo de mí ser.
Recuerdo la película de los años
noventa “El último mohicano” con Daniel Day-Lewis. Un peliculón con una música
para deleitarse a través de los años. En ella Uncas muere y hace que su padre
se convierta en el último de su estirpe. Nunca quise ser yo el último.
En eso pensaba mientras contaba
de nuevo batallas a mis queridos enanitos. Mis hijas y nietos más mayores
intentan que los pequeños no me molesten, pero no lo consiguen. Todos quieren
que el abuelo pirata les cuente más aventuras. Mis orejas perforadas, así como
una pequeña melena canosa hacen de mí un personaje atractivo para los
pequeñuelos. Mari sigue regañándome por ese pelo, pero no lo consigue y mis hijas se ríen ante una insistencia que
perdura toda una vida.
Cuando preparan la comida es el
momento de contar nuevos capítulos a los ya interpretados. Los pequeños regañan
porque les cuente tal o cual pasaje de mi vida. Tienen sus preferidos, y no se
cansan de protestar si no es el suyo el elegido. Cada día es más divertido,
pues en cuanto cambio algo de la historia me regaña por inventarme cosas,
discuten por la verdad de lo que se dijo o sucedió, dan sus opiniones y siempre
terminan pidiendo que continúe.
Pero no solo ellos. Debido a la
edad que tenemos, decidimos ya hace tiempo tener una persona que nos acompañara
en nuestros quehaceres diarios. Más que una decisión fue ella la que vino a
nosotros. Su nombre “Morgana”.
Bonito nombre, rival de Merlín en
las historias de Arturo y su tabla redonda. Una enamorada de mis historias y
eso que lleva ya casi más de quince años entre nosotros. Cada día me pregunta
sobre algún tema, y parezco un cronista de una época pasada. Le encanta el
cine, y siempre discutimos sobre lo que ve, pero lo que también se ha perdido.
Le señalo películas de hace años, que puede visionar en YOUCINE al estar ya
descatalogadas. Se las ve todas y siempre le gusta compartir con nosotros lo
que ella sintió o lo que cree que la película le decía.
La hago de rabiar sobre sus
comentarios y cuando se enfada Mari la dice que no me haga caso, que soy un
viejo cascarrabias gruñón, que soy el peor abogado que el diablo pudo elegir y
que pase de mí. Pero Morgana no puede, le encanta conversar y discutir. Le
caigo simpático, bueno algo más, para ella soy su maestro.
Para Mari y para mí es como una
nieta más. Se quedó huérfana en la adolescencia, debido a que sus padres murieron
en un accidente de tráfico. Estaba entonces acabando el bachillerato y era una
chica muy aplicada. Estudiaba en el instituto de mi hija Valeria, la cual no había
seguido mis pasos en la carrera matemática pero si en la docencia, orientadora. El director era amigo suyo y le
comento su caso, la pidió ayuda y Valeria no se pudo negar.
Aparecieron un fin de semana en
casa, me contó lo que había sucedido, lo sola que se encontraba y todo el
potencial que tenía por delante. Me apretó sabiendo el dragón que siempre tuve
en mi corazón ante retos como el que se presentaba. Las ganas que siempre tuve
por enseñar y sacar lo mejor de todos aquellos que se ponían bajo mis brazos.
Era como mi “último discípulo”.
Es esos momentos recordé al
maestro Yoda en la saga de “La Guerra de las Galaxias”. En una de ellas, al
final de sus días, toma de la mano a un joven Luke Skywalker para convertirle
en el último Jedi. Mari lo vio en mis ojos, esos ojos de tigre que Rocky Balboa
ponía cada vez que se enfrentaba en alguno de sus combates. Había que acogerla
en casa.
No hicimos las cosas a la ligera.
Hablamos con Morgana, le propusimos que se quedara unos días en casa para que
el shock sufrido pudiera atenuarse en compañía de dos viejos, que también
necesitaban ayuda. Preguntamos por familiares cercanos, tíos, primos o
cualquier pariente que pudiera aparecer. Nada de nada. Contratamos un abogado
para saber el estado legal en que se encontraba Morgana siendo ya mayor de
edad. Vio las cuentas que sus padres habían dejado tras el accidente, pero
sobre todo el estado de la casa. No queríamos que ella tuviera una carga
económica que la impidiera proseguir los estudios.
Hable con Mari y nos hicimos
cargo económicamente de todo hasta que la situación estuviera aclarada. La
hipoteca había que pagarla, así como los gastos derivados de la casa. Decidimos
que continuará yendo al instituto, era una forma de mantenerse ocupada y
preocupada en otros temas, pero sin agobiarse en las notas finales. No tenía
claro que hacer ni que destino seguir, pero tampoco era una cosa que nos preocupara.
Los meses fueron pasando y la
convivencia con Morgana fue estupenda. Nos ayudaba a Mari y a mí en nuestra
vida diaria. En la compra, en las visitas al hospital, o cuando íbamos de
visita a casa de nuestros familiares. Valeria estaba encantada de que todo
hubiera salido bien, pero no solo ella, Ariadna también lo estaba.
Le preocupaba mucho que nos
pasara algo y no estuviera nadie a nuestro lado. Por eso Morgana era una
bendición para ella. Le daba esa tranquilidad que antes no tenía y yo se lo
notaba. Estudió Fisioterapia y eso hizo que siempre estuviera pensando en la
prevención de todos los riesgos que pudiéramos tener. Era cariñosa conmigo,
aunque los dos éramos del mismo temperamento. Habíamos forjado una química
especial debido a los años de voleibol cuando ella era pequeña.
Morgana estudió Grado en Historia
y realizando un Master en Historia Medieval. Su vida ha cambiado a lo largo de
estos años, se ha sacrificado mucho por nosotros, pero es el momento de que
vuele. Ella no quiere desaparecer de nuestro lado, pero hay un joven apuesto
que la espera. Mientras eso sucede, acabaremos un plan que empezamos hace años
y que está referido a “La Historia de los Almendros”.
Siempre me gusto escribir, no sé
si tenía facilidad o no, pero me relajaba. Contaba historias que me surgían en
la cabeza o pensamientos que en algunos momentos eran difíciles de trasmitir.
Tenía alma de divulgador, no con la certeza de lo que dijera fuera la verdad,
sino como expresión de lo que quería contar. Acertado o no, pero quería contar.
La primera vez que escribí fueron
unas reflexiones para Mari de mis pensamientos.
Nada pretencioso, solo ideas superpuestas de la vida cotidiana y del día a día,
de nuestra convivencia, de miedos y alegrías, de objetivos, de un montón de
anécdotas que nos fueron sucediendo hasta que nacieron nuestras hijas. El paso
grande fue al escribir mi primer libro “El Comienzo de una gran Iglesia”.
Situarme en el S. XIII y contar una historia sobre la Cruzada Albigense hizo
que el tiempo de documentación fuera bastante grande. Visitamos con las niñas
los lugares por donde iba a transcurrir la acción y lo que iba a ser un pequeño
relato se convirtió en un libro de novela histórica.
No contento con ello, al cabo de
los años tome otro camino.
Isaac Asimov es uno de mis
escritores favoritos y una de sus obras volvió a caer en mis manos “El fin de
la Eternidad”. Cuando más la leía más pensaba que el libro podía haber tenido
una continuación, una saga tan famosa como la de Las Fundaciones o Robots.
Entonces decidí suplantar la identidad de Asimov y darle una segunda parte
titulada “El Infinito de la Eternidad”. Un libro de ciencia ficción donde
intente seguir los pasos del maestro leyéndome parte de su biografía,
especialmente aquella referida a los viajes en el tiempo.
Esos fueron los primeros,
publicados en blogs, regalados a familiares y enseñados a alumnos y compañeros
de institutos. Nunca fue una idea de publicarlos, de tener una copia
manuscrita, de ponerme medallas por el trabajo realizado. En absoluto, era una
liberación del dragón escondido, de contar historias para calmar el carácter
difícil, de expresar lo que sentía sin herir al de al lado. Una sociedad donde
la infantilización y la diplomacia, o mejor dicho la hipocresía se estaba
instaurando, yo necesitaba liberarme escribiendo.
Me rio de esta expresión
“liberarme” pues Ariadna siempre me la decía cuando las cosas no me gustaban y
me ponía serio, pero sin decir palabra. En nuestros trayectos a Pinto siempre
me decía “papa libérate”, en relación a que la contará lo que me pasaba, lo que
mi cabeza pensaba, mientras escuchábamos la vieja cadena de música Megastar en
nuestro coche.
Así que Morgana estudiara
historia me hizo totalmente feliz. Mis discípulas habían tomado caminos que en
algún momento reflejaban mis gustos. Desde Valeria, pasando por Ariadna y
llegando a ella. Es la verdad y aunque no lo sepa la gente, siempre quise
estudiar Historia. Las dos carreras que puse para el acceso a la universidad
fueron estas, Matemáticas e Historia, en Complutense y Autónoma. Nada más ni
nada menos, el orden lo decidió el que dos compañeras querían hacer la primera y
tendría más compañía en el viaje. Qué sencillo. Otros de los motivos, un primo
segundo acabó el año anterior dicha carrera y las oportunidades laborales no
eran muy esplendidas en aquella época. Eso decanto mi vocación.
Entonces el proyecto fue escribir
una historia sobre mi apellido, no sobre mi familia que es otro cantar. Siempre
tomamos la línea paterna de nuestra familia y retrocedemos hacía atrás. Pero yo
no quería tanto, quería contar una historia para mis nietos, de nuevo una
batalla que surtirá el efecto deseado en mis pequeñuelos. Y no tenía porque ser
del todo verdadera. Quería que estuviera bien documentada (para eso necesitaba
a Morgana), con situaciones históricas, personajes de la época y todo en
relación con mi posible pasado. No quería que fuera un estudio de partidas de
nacimiento para saber dónde estuvo un Almendros en cada siglo, quisiera algo
más normal.
Pensé en todos aquellos que cuando
piensan quienes fueron en otra vida, siempre fueron grandes personajes. Yo
quería contar una vida cotidiana, salpicada de anécdotas, de objetivos, de
alegrías y de tristezas, de esperanzas, de subidas y bajadas, en definitiva de
todo un poco. Saber un poco de donde vine, sin indagar en las profundidades de
la historia. Si encima se puede salpicar todo con un poco de leyenda, mejor que
mejor.
Morgana se entusiasmó en cuanto
se lo dije, y ha sido nuestro secreto mejor guardado desde hace años. Solo Mari
lo sabe, y vela por que no se descubra. Muchas han sido las preguntas de
nuestras hijas sobre los viajes realizados durante los últimos años, las horas
pasadas en bibliotecas virtuales, y la no asistencia a algún acto familiar que
provocaba la riña de mis hijas. “¿Qué estaréis tramando?” era la frase favorita
de Ariadna, conocedora del perfil aventurero de su padre o “¿Qué tienes entre
manos?” de Valeria, sabedora que no hago nada sin tener un objetivo a la vista.
Soy un tipo que he sido y seré
transparente para el resto. Se me ve venir, y cuando me voy, es para siempre.
No miro hacia atrás con pena, es lo que decidí, lo que me dicto una vez el
corazón y no lo que la cabeza me aconsejó. Por eso hoy festividad de Mari
presentó nuestra obra a mi familia, esa que tanto ha sufrido por este viejo
pirata, al que cuidan y miman desde hace muchísimos años. A la que gracias a
ella no me he convertido en “El Último de los Almendros”
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